Ha concurrido el Matrimonio Boiarin, papás de Emiliano de 4º Año A.
Las cuatro dimensiones de la fidelidad
Juan Pablo II, México, 1979
La primera dimensión se llama búsqueda.
María fue fiel ante todo cuando, con amor se puso a buscar el sentido profundo
del designio de Dios en Ella y para el mundo. “ Quomodo fiet?: ¿Cómo sucederá
esto? ”, preguntaba Ella al Ángel de la Anunciación. Ya en el Antiguo
Testamento el sentido de esta búsqueda se traduce en una expresión de rara
belleza y extraordinario contenido espiritual: “buscar el rostro del Señor”. No
habrá fidelidad si no hubiere en la raíz esta ardiente, paciente y generosa
búsqueda; si no se encontrara en el corazón del hombre una pregunta, para la
cual sólo Dios tiene respuesta, mejor dicho, para la cual sólo Dios es la
respuesta.
La segunda dimensión de la fidelidad se llama
aceptación. El quomodo fiet se transforma, en los labios de María, en un fiat.
Que se haga, estoy pronta, acepto: éste es el momento crucial de la fidelidad,
momento en el cual el hombre percibe que jamás comprenderá totalmente el cómo;
que hay en el designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia; que, por
más que haga, jamás logrará captarlo todo. Es entonces cuando el hombre acepta
el misterio, le da un lugar en su corazón así como “María conservaba todas
estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19; cf. ib. 3, 15). Es el
momento en el que el hombre se abandona al misterio, no con la resignación de
alguien que capitula frente a un enigma, a un absurdo, sino más bien con la
disponibilidad de quien se abre para ser habitado por algo –¡por Alguien!– más
grande que el propio corazón. Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe
que es la adhesión de todo el ser al misterio que se revela.